Buscar este blog

miércoles, 24 de marzo de 2010

Baby Blue

"Cazando Estrellas"
Alguien me contó una linda historia acerca de las estrellas, sí, esas lucecillas traviesas que adornan el cielo con un mágico manto de luz. No se sabe de nadie que lograra contarlas todas; muchos lo intentaron, unos se durmieron, otros tras perder la cuenta una y otra vez, desistieron y otros se quedaban parados mirando lo bonitas que son y simplemente olvidaban lo de la cuenta.

Pues bien, me contaron que hace mucho tiempo hubo una persona llamada LIZ, que vivía en la orbe más grande del mundo y en su casa tenía una vista sensacional al cielo. Y tanto le gustaban las estrellas que se pasaba las noches tirada en su cama mirando y mirando nada más por su ventana.

Una de esas noches en la que el cielo estaba especialmente bello, vio como una familia se sentaba, no muy lejos de ella, a admirar también aquel lindo espectáculo. Pero a LIZ no le gustó nada. Desde aquella noche, no dejó de pensar en aquello. Quería las estrellas sólo para ella, no soportaba la idea de tener que compartirlas con nadie, entonces LIZ se sentó en una silla y se puso a pensar una solución. Estuvo allí sentada mucho, mucho tiempo, le creció el pelo y seguía allí sentada. Comenzó a llover, entonces miró al cielo, se levantó de la silla y empezó a caminar por las calles de la ciudad, la lluvia iba parando y al cruzar una calle se quedó mirando una alcantarilla que tragaba el agua que corría por las calles, entonces sonrió maliciosamente y corrió a su casa.

Rebuscó por aquí y por allá, tomó una olla grande, un embudo, cuerda y hasta un fuelle, lo metió todo en una carretilla y se encerró en el garaje. Allí serró, cortó, atornillo, golpeó, volvió a cortar y así hasta que por fin dio por terminado su extraño invento. Se trataba de un extraño artefacto, muy feo y difícil de describir, pero del que LIZ parecía bastante satisfecha. Así cargó el “aparatejo” en la carretilla y una vieja escalera y silbando recorrió el camino hacia su casa. Una vez allí, se sentó ceremoniosa en la azotea de su casa. Mientras se había hecho de noche y las estrellas ya brillaban allí arriba. Ni corta ni perezosa, bajó su invento y preparó la escalera, encendió una linterna y sin pensárselo un momento se subió en todo lo alto cargada con su máquina. Hizo girar una manivela y aquella cosa empezó a silbar la misma canción que cantaba LIZ camino a su casa. LIZ dirigió el embudo de la máquina hacia el cielo y como por arte de magia, todas las estrellas del cielo se metieron dentro.

Aquello no parecía pesar mucho porque LIZ metió sin problemas la máquina cargada de estrellas dentro de la carretilla, que se removían dentro pero no podían salir. LIZ llevó su tesoro a toda prisa al garaje de su casa y fue metiendo las estrellas a puñaditos en unos tubos de cartón que cerraba con un corcho, así pasó toda la noche hasta que hubo terminado su tarea. Luego se fue a dormir cansada pero orgullosa, nadie más que ella vería las estrellas (o al menos eso se creía ella). Se metió en la cama y se durmió, como estaba tan cansada, durmió toda la noche y todo el día, volvió a hacerse de noche y un estruendo tremendo despertó a LIZ de su sueño. Salió de casa corriendo y se quedó allí parada con la boca abierta de par en par. Y es que el espectáculo no era para menos, la puerta del garaje de LIZ estaba más abierta que la boca de ella y por ahí salían disparadas hacia el cielo un montón de estrellas, todos aquellos tubos de cartón llenos de estrellas bailaban por el suelo hasta que el corcho que los tapaba salía disparado por los aires hacia el cielo haciendo un ruido tremendo e iban todas explotando en colores, unas verdes, otras rojas, azules y hasta moradas.

Toda la ciudad, en pijama, se encontraba en la casa de LIZ mirando aquel increíble espectáculo y aplaudían maravillados a cada explosión de color, cuando todas las estrellas consiguieron llegar de nuevo al cielo, brillaron aún más bellas que nunca. Pero LIZ no se rindió y siguió intentándolo una y otra vez, incluso ahora seguirá intentándolo, pero las estrellas siempre acaban escapando.
Cuento de Natalia Montero (Madrid)

No hay comentarios:

Publicar un comentario