"Las Mujeres De Mi Generación"
Hoy tienen cuarenta y pico, casi cincuenta, y son bellas, muy bellas, pero también serenas, comprensivas, sensatas, y sobre todo y ante todo, endiabladamente seductoras, esto a pesar de sus incipientes patas de gallo o de esa afectuosa celulitis que capitonea sus muslos, pero que las hace tan humanas, tan reales, tan hermosamente reales. Casi todas, hoy, están casadas o divorciadas, o divorciadas y vueltas a casar, con la idea de no equivocarse en el segundo intento, que a veces es un modo de acercarse al tercero, y al cuarto intento. Qué importa. Otras, aunque pocas, mantienen una pertinaz soltería y la protegen como una ciudad sitiada que, de cualquier modo, cada tanto abre sus puertas a algún visitante.
Hijas de la luna nacidas bajo la era de Acuario, con el influjo de la música de los Beatles, de Bob Dylan, de los Rolling, de Queen, de ABBA, de Lou Reed, el mejor cine de Kubrick y el inicio del "Boom" latinoamericano, son seres excepcionales. Herederas de la "revolución sexual" de la década del 60 y de las corrientes feministas de los 70 que, sin embargo, recibieron pasadas por varios filtros, ellas supieron combinar libertad con coquetería, emancipación con pasión, reivindicación con seducción.
Jamás vieron en el hombre a un enemigo a pesar de que le cantaron unas cuántas verdades, pues comprendieron que emanciparse era algo más que poner al hombre a trapear el baño o a cambiar el rollo de papel higiénico cuando éste, trágicamente, se acaba, y decidieron pactar para vivir en pareja, esa forma de convivencia que tanto se critica pero que, con el tiempo, resulta ser la única posible, o la mejor, al menos en este mundo y en esta vida. Son maravillosas y tienen estilo, aun cuando nos hacen sufrir, cuando nos engañan o nos dejan.
Usaron faldas hindúes a los 18 años, se adornaron con collares precolombinos, se cubrieron con suéteres de lana y perdieron su parecido con la virgen María en una noche loca de viernes o de sábado después de bailar con algún amigo que les habló de Kafka, de Gurdjieff y del cine de Bergman. Al fondo de sus mochilas había libros de Simone de Beauvoir y cassettes de Víctor Jara y Violeta Parra, y al dejarnos, cuando no les quedaba más remedio que dejarnos, nos dedicaban alguna que otra canción de despecho.
Se vistieron de luto por la muerte de Julio Cortázar y de John Lennon, hablaron con pasión de política y quisieron cambiar el mundo, bebieron ron cubano y aprendieron de memoria las canciones de Silvio y de Pablo, hicieron de la "Negra" Sosa, Joan Baez y Amparito Ochoa sus íconos, conocieron los sitios arqueológicos de Uxmal y Chichen Itza (en esa época se podía ir sin temor a ser asaltado), fueron con sus novios a las playas de Puerto Vallarta o Guayabitos, durmiendo en casa de campaña y dejándose picar por los mosquitos, porque adoraban la libertad, algo que hoy le inculcan a sus hijos, lo que nos hace prever tiempos mejores, y, sobre todo, juraron amarnos para toda la vida, algo que sin duda hicieron y que hoy siguen haciendo en su hermosa y seductora madurez.
Supieron ser, a pesar de su belleza, reinas bien educadas, poco caprichosas o egoístas. Diosas con sangre humana. El tipo de mujer que, cuando le abren la puerta del carro para que suba, se inclina sobre la silla y, a su vez, abre la de su pareja desde adentro. La que recibe a un amigo que sufre a las tres de la mañana, aunque sea su ex novio, porque son maravillosas y tienen estilo, aun cuando nos hacen sufrir, cuando nos engañan o nos dejan, pues su sangre no es tan helada como para no escucharnos en esa necesaria y salvadora última noche en la que están dispuestas a servirnos el octavo whisky y a poner, por sexta vez, esa melodía de Santana. Por eso, para los que nacimos en la década del 60, el día de la mujer es, en realidad, todos los días del año, cada uno de los días con sus noches y sus amaneceres, que son más bellos.